lunes, 21 de junio de 2010

Despertar en Nouakchott

Sentada en un banco de cemento, lavándome los dientes frente a la calle sin asfaltar y llena de basura, es fácil entender porque la gente que viaja a Europa no quiere volver. Los coches pasan sin orden mientras los niños corren entre o contra ellos. Soy incapaz de calcular cuántos atropellos puede haber al cabo del día.
Hace calor y la vida es dura aquí, muy dura. La letrina comunitaria y el habitáculo que hace de ducha no son lo más apetecible después de la noche para empezar un nuevo día.

Tras cada puerta que da a la calle hay ocho, diez, quince habitaciones de menos de 20 m2 donde residen familias enteras. Palabras como hacinamiento, condiciones mínimas... que usamos en Zaragoza, pierden aquí el sentido.

Las cabras se alimentan tranquilamente... y a Angelines le sale un sarpullido espectacular en las piernas. Mis hijos no entienden por qué tantos niños se acercan a ver como somos y qué tenemos. Nos preguntan las mujeres a dónde vamos.